Muertes en carreteras
Resulta difícil de entender, al tratarse de una desgracia que arrastra una dolorosa estela de luto y de dolor, por qué con cada año se incrementa una situación tan trágica como las muertes por accidentes de tránsito.
Y más pesaroso es que aumenten en diciembre, una época del año en que abunda la buena voluntad, la solidaridad y los discursos de paz y concordia.
Esa recurrencia está horrorosamente plasmada en las estadísticas más recientes (de julio pasado) de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en las que República Dominicana es el país con más muertes por accidentes de tránsito en el mundo con 64.6 por año por cien mil habitantes (87 % hombres y un 13 %, y peor aun porque el 60 % son jóvenes de entre 15 y 34 años).
Es un deshonroso primer lugar que se magnifica porque el segundo país es Zimbabue con 41 muertes y Venezuela el tercero con 39 muertes.
En esas 64.6 muertes al año por cada cien mil habitantes no se registran las defunciones en los nosocomios, donde llevan a los heridos, principalmente los hospitales traumatológicos donde, según sus autoridades, aproximadamente el 60% fallece o queda con lesiones de por vida.
Es una fatalidad; un grito de impotencia ante el que nadie se inmuta y seguimos, año tras año, en línea recta.
Alguna solución de fondo habría que buscar, bien sea implementar más eficaces medidas preventivas o fortalecer las sanciones, si se pretende reducir lo que se ha convertido en una epidemia.
Que se empiece por ser fuertes, por ejemplo, con los motoristas, que se cree un régimen especial para motocicletas con un prerrequisito: que para empuñar un timón tengan que contar con educación formal y vial.
Empeora este drama que el efecto de las leyes y reglamentos del Intrant, con cinco años ya vigentes, parece se tomarán más tiempo para dejarse sentir con eficacia.
Mientras tanto, muchos toman un volante sin tener idea de que están empuñando un arma mortal, que apunta a los demás pero que al dispararse puede matar primero a quien maneja.
Fuente: El Caribe